El Ruedo 04 de julio de 1944
Un hombre que huele a sevillano.
Cómo yo no he seguido nunca las cosas de los toros y de los
toreros con esa meticulosa afición a lo estadístico y a lo biográfico a que tan
dados son los aficionados de pura cepa, nunca me había preocupado en saber de
dónde era con exactitud Rafael el Gallo. Porque, ¿de dónde iba a ser el torero
de la gracia y de la más pura esencia sevillana sino de la tierra de María Santísima
y de la Giralda?. Del mismo modo que el Gallo me aseguraba que su apodo era
así porque así tenía que ser, porque
nació Gallito por las mismas razones que se nace moreno, yo había pensado
durante mucho tiempo que Rafael tenía que ser de Sevilla. Pues, ¿de dónde iba a
ser este hombre que ha olido siempre a sevillano juncal desde un Kilómetro?
El día que me aseguraron (hace ya algunos años) que había
nacido en Madrid, me quedé muy extrañado. Era algo que jamás había entrado en
mis cálculos. ¿El Gallo de Madrid? . Me sonaba la cosa a disparate muy grande.
Luego me explicaron que se lo llevaron a Sevilla cuando era muy pequeñito, y
sólo así pudieron convencerme. El nacimiento, después de todo, puede ser
también un accidente geográfico.
Pozuelo de Alarcón a la
vista.
-Yo nací en Madrid, en
la calle la Greda, número dieciséis para más detalles, y para que se le olvide
a usted eso de Pozuelo.
Lo de Pozuelo, naturalmente, no lo he inventado yo, aunque
cuando me lo dijeron me quedé helado. Hay personas que aseguran haberlo visto
nacer allí y que dan toda clase de pelos y señales. Pero Rafael no admite esta
teoría ni en broma. Yo me atrevo a decir que tampoco. Los demás que crean lo
que quieran. Y no es que considere que el pequeño y simpático pueblecito es
poca cuna para torero tan grande, sino porque hay que atenerse a la verdad
oficial. Es posible que haya otra verdad; pero en todo caso se trata de una
verdad sin documentación, sin más pruebas que las verbales de unos viejos
vecinos que aseguran que…., que ellos vieron que…, que ellos saben que…
De todos modos, si el Gallo nació en Pozuelo fue por
equivocación. De esto si que no puede caber ninguna duda.
Nada menos que don
Francisco Arjona Herrera.
Papeles cantan. La partida de nacimiento de Rafael Gómez
Ortega no se encuentra en el Registro de Pozuelo de Alarcón. ¿Se ha perdido, o
es que no ha existido nunca allí? Probablemente, esto último; ¡ pero vaya usted
a saber!
-¿Y por qué no ha de haber podido nacer usted en Pozuelo,
Rafael?
-Porque no. Estar si
que he estado alguna vez, porque mis padres iban mucho. Pero no se canse. Yo he
nacido en Madrid, y de dos años me trajeron a Sevilla. Esta es la fija. Lo que
pasa es que a Pozuelo me llevaron mis padres para que me curara una afección
que tenía en la vista. Nací, cómo le he dicho, en la calle que se llamaba
entonces de la Greda, y que hoy se llama de los Madrazo. Y para que se entere
usted bien, fui bautizado en la parroquia de San Sebastián, dónde también lo
están aquella gran cantante que fue la Patti y don Francisco Arjona Herrera.
¡Nada menos!
Cúchares debió de ser un tío muy grande.
¡Nada menos! Y yo en la higuera.
-¿Don Francisco Arjona? La verdad, no me suena.
-Bueno, amigo; se ve a
la legua que usted, en cuestiones taurinas, es un incipiente.
-Francamente, no me he distinguido nunca en estos asuntos, y
si voy a escribir sobre usted es precisamente por esto, porque creen que yo
hablaré de usted libre de toda clase de influencias, antecedentes,
consiguientes y demás.
-¡Buen parrafito me ha
colocado usted, tocayo! Pero, ¿de verdad no sabe usted quien fue don Francisco
Arjona Herrera?
-Con la mano puesta sobre el corazón y por la salud de “undivé”, para
que vea que me quiero poner en ambiente, le garantizo a usted que no.
-Bueno; pues no lo diga
en sus escritos porque sus lectores se van a tronchar de risa. Don Francisco
Arjona Herrera, mi antecesor en el uso de la pila, era Curro Cúchares. Ahora
diga usted “¡azúcar!”
Obedecí sin vacilar:
-¡Azúcar!
-A Cúchares le pasaba
lo que a mí. Se le tuvo siempre por sevillano porque en Sevilla se crió desde
que era así de chiquitín. Sin embargo, era madrileño de nacimiento. Cúchares
fue un torero muy discutido porque su estilo no encajaba en la escuela rondeña
ni en la sevillana. Pero debió ser un tío muy grande, porque en veintiocho años
de profesión no tuvo ni un solo percance.
-A usted también dicen que le han tocado poco los toros.
-Pues he tenido,
graves, ocho cornadas. A mi los toros me cogían de tarde, pero cuando lo hacían
me calaban bien. ¡Cúchares si que fue grande en eso!
-¿Cómo grande? Fue maravilloso. Seguramente un caso único.
-Y que lo diga usted.
Cuando se iba para la plaza, creo que les decía a la familia o a los amigos:
“Ahora vuelvo” Y volvía tan campante. No falló ni una vez.
Para más datos preguntad en la parroquia.
Pero yo no quería que se fuera tan pronto del bonito tema de
su llegada a este mundo. Y por eso insistí:
-¿Cómo se explica usted lo de Pozuelo?
-Eso no tiene más
explicación que las temporadas que allí pasaban mis padres, invitados por el
que era empresario de la Plaza de Toros de Madrid, don Rafael Menéndez de la
Vega, que tenía en Pozuelo una casa y algunas posesiones, y que, como creo
haber comentado con usted, era gran amigo de mi padre. Don Rafael fue mi
padrino.
En efecto; en los archivos de la parroquia de San Sebastián
está a disposición del curioso que quiera verla y convencerse así, de que esta
casa es muy seria y no se engaña a nadie, la partida de nacimiento de Rafael el
Gallo. Libro 97, folio 102. Nacido el 17 de julio de 1882, hijo legítimo de don
Fernando Gómez García, natural de Sevilla, y de doña Gabriela Ortega Ortíz,
natural de Cádiz. Bautizado el 2 de agosto de 1882. Abuelos paternos, Antonio y
Francisca. Abuelos maternos, Enrique y Carlota. Padrinos, el citado don Rafael
Menéndez de la Vega y doña Emilia Díaz del Castillo. Nombre del ministro,
Bernardino Quejido. Luego, en unas “Notas”, se deja constancia de la fecha en
que el Gallo contrajo matrimonio.
¡Lo que le inventan a
uno!
Nacido, pues, un 17 de julio, y lo bautizaron el 2 de agosto
siguiente. Y esos días transcurridos entre una y otra fecha podían servir, tal
vez, de alguna base a la versión “pozuelera”. Por ello le dije:
-Todo eso está muy bien, Rafael. Pero el caso es que en
Pozuelo no lo explican asi.
-¿Qué dicen aquellas
buenas gentes?
-Hay una señora ya anciana que asegura que le vio a usted
nacer. Que sus padres no tenían entonces más que dos chiquillas y que estaban
allí de temporada en casa del señor Menéndez de la Vega.
-Pamplinas. Si eso
fuera cierto, estaría inscrito allí.
-Eso mismo pensé yo cuando me lo dijeron. Pero resulta que
esta señora, que se llama Luisa Salgado y vive ahora en Madrid, dice que ni le
inscribieron ni le bautizaron allí porque a la mañana siguiente lo trasladaron
a Madrid en un coche de caballos.
-En un coche de
caballos habría tenido que ser, porque entonces aún no se había inventado el
automóvil. Siga usted con su cuento.
-Ella misma estaba al lado de su madre de usted, la señora
Gabriela, cuando ésta, que se encontraba a la puerta de la casa, se puso
repentinamente enferma y la tal Luisa la ayudó a que entrara.
-No está mal traído
este folletín. ¡Si se entera Luis del Val a tiempo, la que organiza!
-El hecho es, querido Rafael, que en Pozuelo parecen estar
tan convencidos.
-Mejor para ellos.
-Si se le pregunta a cualquiera de allí dónde está la casa en
que nació usted, se la indican sin vacilar. Es la casa dónde hoy habita el
señor cura.
-¡Si que se ve que
están enterados!. Esa casa será la de don Rafael Menéndez, dónde mi familia iba
muchas veces. Por ahí debe de venir el lío. Pero que yo nací en Madrid, a eso
no le dé más vueltas porque vamos a acabar por marearnos.
-¿Y si fuera verdad?
-¡Hombre, eso no admite
discusión! ¡Si lo sabré yo!
-Pero, ¿usted ya tenía noticias de esto?
-Si. Leí una cosa en un
periódico y me hizo gracia. ¡Mira que yo de Pozuelo! ¡Las cosas que se les
ocurren a ustedes!
-¡Pues, anda, que las que se le ocurren a usted….!
-¿A mi? ¡Si yo no me he
metido nunca en nada!
-Es que también me han dicho que una vez que pasó usted por
Pozuelo, porque iba de caza o algo así, salió a conversación lo de su supuesto
nacimiento en el pueblo, y entonces usted exclamó: ¡“Si eso fuera verdad, ¡que grande serías, Pozuelo”!
-¡Camará! ¡Lo que le
inventan a uno! Y el caso es que no estuvo del todo mal el autor de la
ocurrencia de la frase. Tiene salero y algo de miga.
-Pero, ¿es de usted o no?
-¡Vaya usted a saber! A
veces, está uno con ganas de broma y si dicen que lo dije, a lo mejor es que lo
dije por gastar una chanza. Ahora, que yo no me acuerdo. A veces, tengo una
memoria fatal.
Y ahora escojan ustedes entre la verdad de Madrid y la verdad
de Pozuelo.
Sobre este asunto, ni una palabra por nuestra parte.
El Gallo se abismó en uno de sus frecuentes silencios mientras se tomaba el café número no se cuantos de aquél día. El cigarrillo rubio, por unos instantes, sustituía, como siempre, al puro acostado sobre la caja de cerillos….
El Gallo se abismó en uno de sus frecuentes silencios mientras se tomaba el café número no se cuantos de aquél día. El cigarrillo rubio, por unos instantes, sustituía, como siempre, al puro acostado sobre la caja de cerillos….
RAFAEL MARTÍNEZ GANDÍA